Reseña: Dyssidia «Costly Signals» (Autoproducción 2020)

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En pleno fragor de mi incansable, no siempre fructífera y normalmente abnegada búsqueda de nuevas y jóvenes bandas que llevarme a las orejas, hete aquí que cae en mis manos lo que es el primer largo de los australianos DyssidiaCostly Signals”, que ve la luz de forma independiente al tiempo que servidor pergeña este, espero, interesante comentario al respecto del mismo. Pero vayamos por partes. Ellos son Mitch Brackman (voz), Corey Davis (guitarra), Neil Palmer (bajo), Dimitri Ioannou (teclas) y Liam Weedall (batería). Añadir que el disco ha sido mezclado y masterizado en los  Woodshed Studios por V. Santura, alma máter de los black-melódicos Dark Fortress, guitarrista de Tryptikon y responsable del sonido de un aluvión de álbumes, desde nuestros Centinela (“Pánico”) a los death progresivos Obscura o Pestilence (“Doctrine”). La portada ha corrido a cargo del estadounidense Adam Burke.

Son sesenta y tantos minutos de metal progresivo, así que procederé con cautela. El que fuera single adelanto allá por primeros de marzo inaugura el disco. “Thrive” arranca entre riffs retorcidos y arreglos de corte épico para configurar un primer paso en constante baile de ritmos y estructuras. El sonido es lo suficientemente cristalino como para apreciar cada instrumento presente en la mezcla durante las partes calmadas y, al mismo tiempo, lo bastante osco en las partes más enfurecidas para no dejar caer en saco roto las ideas más agresivas. Los épicos arreglos del inicio desaparecen en favor un Hammond primero y un piano después. Mitch Brackman varía de registro en incontables ocasiones, hay algún que otro blast beat, un tranquilo pasaje para acomodar el solo de Corey Davis y tantos y tantos cambios de ritmo en este primer tema que necesitarás más de un par o tres de escuchas para apreciarlo en su totalidad. “The Gutted Stag” se apoya en un riff casi monocorde sobre el que las voces van bailando entre registros al tiempo que las elegantes teclas de Ioannou adornan/rellenan cada hueco. Alcanzado el ecuador aparece la inevitable demostración técnica de rigor para luego conducirnos hacia un final tranquilo y meloso. El desquiciado primer instante de “Infinitesimal” amenaza con un tema de corte más arriesgado de lo que luego acaba siendo en realidad. Posee buenos momentos, con el contraste entre voces a la cabeza, pero en general no resulta tan redondo como el par que la preceden.

Bloodrush” parece construida ex-profeso para que Dimitri Ioannou demuestre su dominio de las teclas durante seis minutos largos. Su piano convive omnipresente practicamente de principio a fin. En las partes tranquilas y en las más descarnadas. Sobre el resto de elementos o bajo ellos, pero presente en todo momento. Por lo demás es un corte que me recuerda a los británicos Haken en ciertas partes y pese a los cambios de tono se desarrolla sin excesivos sobresaltos. “Arrival” destaca por ser más tranquila. Sin llegar a ser una balada al uso, sí que adopta muchos recursos tranquilos para fusionarlos con explosiones de rabia tan breves como furibundas. La voz de Brackman va de la declamación más melosa al grito desgarrador sin mayores problemas, pero si hay algo que me gustaría resaltar es el riff con el que han construido la parte final. Tan sencillo como efectivo. Tan elemental como disfrutable. “An Obvious Antidote” es una breve introducción que sirve de anticipo de la cara b del álbum. Piano y voces tranquilas. Apenas un remanso de paz previo a los cuatro minutos largos de la extraña “Metamorphosis”, que recupera, aunque de forma vaga, la esquizofrenia de “Infinitesimal”, y la funde con parajes en los que las voces tranquilas contrastan con esas guitarras pesadas y embrutecidas.

Good Grief” supera los diez minutos alzándose como el tema más largo de “Costly Signals”. Arranca con Neil Palmer demostrando su valía con el bajo y se mantendrá bien arriba en la mezcla casi de principio a fin. En su primer tercio, “Good Grief” lo mismo recuerda a los suecos Meshuggah en las partes más pesadas que a Soen, y por extensión, a Tool, en las más calmadas. En su parte central vira hacia terrenos aún más despejados, incorpora arreglos de viento y parece querer bordear el jazz. Sea como fuere, se trata y con mucho uno de los momentos más distintivos y personales de todo el álbum. En el tercio final hay momentos que lo mismo me recuerdan a los Dream Theater de Derek Sherinian que a los Cynic más recientes. Fabuloso. “Hope’s Remorseful Retreat” ahonda en esa semblanza de la banda de Paul Masvidal moviéndose entre parajes tranquilos y arranques de fuerza pero sin llegar a la furia esquizoide de cortes anteriores. Se maneja siempre con cierto aire melancólico y vuelve a dejar hueco para que Palmer con el bajo primero y  Ioannou con las teclas después den buena muestra de sus habilidades. En el cierre, eso sí, es la guitarra de Corey Davis la que se multiplica y roba todo protagonismo. La final “If Truth Be Told” arranca con una bonita línea de piano que no desentonaría como pieza central de tu melodrama favorito. Ahonda en ese aire tristón que ya tenía el corte anterior al tiempo que va creciendo a pequeños pasos hacia sonoridades propias del rock alternativo (véase Coheed And Cambria). Durante su parte central incorporará pasajes más pesados, pero sin abandonar esa melancolía que parece adueñarse de todo el epílogo. El final, para mí el verdadero punto fuerte de todo el tema, resulta extrañamente bonito.

No conocía para nada a estos Dyssidia y he de decir que ha sido toda una sorpresa echar el disco a andar hace unos días y encontrarme de pronto a una banda con una personalidad tan marcada, que sabe beber de multitud de influencias y, lo que es más complicado, que es capaz de conjugarlas de tal forma que suenen absolutamente propias. Exceptuando el bajoncillo que supone “Infinitesimal”, mentiría si dijese que no he disfrutado tanto de las escuchas de “Costly Signals” como de la concepción de esta reseña. Por mucho que tu cuñao, el mismo que te ha enviado por Whatsapp el último bulo sobre el coronavirus, jure y perjure que todo murió en el 89.

Texto: David Naves

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