Reseña: Judas Priest «InvIncible Shield» (Sony Music 2024)

No había necesidad. Quiero decir. Ni serían la primera ni desde luego la última banda que sale a la carretera sin nuevo material bajo el brazo. A muchos les vale con un alguna chufla de recopilatorio, con un directo extraído de los tiempos de gloria, con alguna reedición chafardera… y listo. Pero no. Halford y los suyos, repiten la fórmula del interesante “Firepower” y vuelven seis años más tarde con un álbum que servidor entiende como sucesor natural de aquél. Comparte de hecho los mismos créditos: la dupla Tom Allon y Andy Sneap en producción y Mark Wilkinson en artwork. Cambia eso sí el sello que edita el trabajo, pasando de Columbia a Sony, que puso este “Invincible Shield” en el mercado allá por el ocho de marzo en una auténtica miríada de ediciones en digital, casete, cd, vinilo…

Panic Attack” ataca, valga la redundancia, muchos de los rudimentos sobre los que Judas Priest han construido su medio siglo en el negocio de la música: riffs con nervio, las clásicas voces dobladas de Halford y estribillos sencillos pero con gancho. Lo que me agrada, además de la equilibrada mezcla de Allom y Sneap, es esa pequeña bola extra que el corte entrega como epílogo. Tan enérgica como sugerente en una primera escucha y de lo más satisfactoria siempre que vuelvo a darle al play.

Siguen con “The Serpent And The King” y una idea empieza a rondar mi mente: Richie Faulkner, quien asumo ha grabado todas las guitarras del álbum, está más inspirado que nunca. Al nivel del anterior “Firepower” y, desde luego y por extraño que parezca, por encima de su desempeño con Elegant Weapons. Tiempo tendrá esa otra banda de desarrollar sus propios méritos. Mientras tanto aquí está Ricardo trazando uno de mis riffs favoritos de “Invincible Shield” bajo un Halford agudísimo en estrofas y más controlado en los lacónicos estribillos. Nunca sabe uno cuanto hay de magia en el estudio y cuanto de realidad en esas voces casi imposibles del vocalista de Birmingham pero desde luego recuerda al de sus mejores años, que para ser setenta y tres los que cumplirá en agosto no está pero que nada mal.

La intro que traman entre Faulkner y Travis para el tema título “Invincible Shield” puede ser fácilmente la más llamativa desde “Redeemer Of Souls” juntara a ambos músicos hace ahora diez años. Es un corte en la más pura tradición del sacerdote, con ecos muy palpables del “Painkiller” (esos build-up hacia estribillos) y grandes detalles de Faulkner aquí y allá. Deriva de ella además una cierta épica que me recuerda a uno de los cortes más importantes del anterior álbum (“Traitors Gate”) y la certeza de que estamos ante unos Judas Priest, vejez mediante, en su mejor versión. Da nombre al disco no sin motivos.

En una clave mucho más rota y desgastada, “Devil In Disguise” me recuerda mucho al Ozzy Osbourne en solitario en un modo y formas muy parecidos a aquella “March Of The Damned” del digno pero irregular “Redeemer Of Souls”. Halford entrega unos tonos más amables aquí, con los que parece estar mucho más cómodo y todo carbura para trazar una de las ofertas más vacilonas, también pegadizas, de este decimonoveno trabajo (si mis cuentas son exactas). Sensacional Faulkner en el tramo final.

Pero qué duda cabe que “Gates Of Hell” se asemeja más a los vértices sobre los que ha fluctuado la carrera de esta banda. En particular desde comienzos de los ochenta hasta ahora. Las melodías que adornan su arranque tienen un feeling innegable. Me agrada sobremanera la forma en que han construido estas estrofas y el riff, juguetón y con una base en realidad muy rockera, con Halford en tonos medios que confluirán en otra ración de estribillos directos y pegadizos. Si he de poner un pero, quizá el acelerón final merecía algo más de desarrollo, pienso en aquella bola extra del primer tema del disco, pero supongo que bien está lo que bien acaba.

Crown Of Horns” es, en opinión del abajo firmante, uno de los grandes hallazgos de este flamante nuevo álbum. Y lo es desde una simpleza gramática que no hace otra cosa que magnificar las estupendas líneas de voz que Halford, en su clave más emotiva, ha deslizado aquí. Arrimaba el ascua a su sardina Michael Sweet (Stryper) cuando alababa el hecho de que Rob Halford escribiera “una canción sobre Jesucristo”, pero como ya se encargó de comentar el propio Ian Hill*, ellos están muy por encima de eso. De hecho creo que la letra es lo suficientemente abierta como para que cada quien le otorgue el significado que mejor le convenga. Estupendo solo de Faulkner y un epílogo donde queda el mal sabor de boca de este epílogo en fade out. Temazo en cualquier caso.

* https://www.youtube.com/watch?v=25rOBzo-DPI

As God Is My Witness”, por contra, nos devuelve a Judas Priest en la clave más poderosa que una gente que lleva cincuenta años en esto puede ofrecer. Y aunque hay ecos muy marcados del “Painkiller”, especialmente en estrofas, si hay un corte que me viene siempre al subconsciente es “Hellrider” del notable “Angel Of Retribution” que traía de vuelta a Halford allá por dos mil cinco. El Travis más vibrante de todo el disco no da descanso desde el doble bombo y todo confluye en un tronco central que parece echar aún más gasolina al fuego. La forma en que las líneas de guitarra y voz juegan a encontrarse sumado al duelo solista que irrumpe a continuación, suponen verdadero oxígeno para los fans más irredentos del quinteto. Estupenda.

Trial By Fire” reduce ese mayor nervio, qué ya tenemos una edad, y acomete un metal más a medio gas, en gran medida deudor de los mejores momentos del anterior “Firepower” y con Halford de nuevo en esos tonos medios llenos de color, santo y seña de esta etapa postrera (no quisiera decir final) de su carrera. A lomos de esa lírica oscura, con el narrador regodeándose en sus propios errores, surge un corte desde luego no principal dentro del tracklist pero en cierto modo eficaz.

Y eso que “Escape From Reality” aun hace por amplificar esa vena pesada y arrastrada. Que sin llegar a anteriores devaneos con el doom metal (“Death” del “Nostradamus” sin ir más lejos) descubre a Judas Priest en su clave más agria pesada, construyendo un llamativo equilibrio entre sus estrofas cada vez más alucinadas, pequeños efectos de voz mediante, y lo más nervudo de sus estribillos. Subyacen aquí pequeños guiños que, quiero entender, aluden directamente a la etapa primigenia de la banda pero es solo una pequeña percepción. Siendo como son una banda que se ha preocupado no pocas veces por evolucionar casi a cada disco, sin por ello perder su raíz más heavy en el proceso. Con mucho la más diferente de las once.

Y eso a pesar de que “Sons Of Thunder” llega a lindar casi con el power metal más básico. De hecho en una primera escucha creí estar oyendo estribillos dignos de los suecos Hammerfall. Es una composición cuanto menos peculiar. Y breve, a un par de segundos de los tres minutos, que a buen seguro recompensa a quienes afirman que sus temas se han vuelto demasiados discursivos desde dos mil catorce para acá.

Giants In The Sky”, bonus al margen, cierra el decimonoveno trabajo de los británicos engarzando con esa mayor pesadez que manifiesta el tramo final del álbum. Con ecos del Zakk Wylde más sucio y Halford trazando una línea de voz poco menos que correcta. Si algo me agrada de este cierre es ese tronco central más calmo, guitarra acústica mediante, coronado por la línea de voz más amable de todo el trabajo, y la manera en que la composición se eleva en el tramo final, amén del casi desgarrado grito con el que el veterano vocalista echa el cierre. Auténticos pelos de punta cada vez.

En septiembre del presente año se cumple medio siglo de la edición de “Rocka Rolla” y parece mentira que tengamos a Judas Priest aún a este nivel. Enraizando con lo mejor de su obra inmediatamente anterior, guiñando a buenos y viejos amigos en el proceso y entregando un disco por momentos casi definitorio de toda una carrera. Presumiblemente el último, aunque con Rob y compañía uno nunca sabe. Llevan ahí desde antes de que servidor viniera a este mundo y, por momentos, da la sensación de que nos van sobrevivir a todos. Como es evidente, no será el caso. Disfrutemos de ellos pues mientras se pueda.

Texto: David Naves

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